41 | XLI | La vida y la Mar
LA VIDA, LA MAR
Proyecto del samzara's cube no. 20
a Jesûs Nieto Rueda
Recuerdo cuándo existían aquellas grandes salas de cine, donde las familias llegaban los domingos a la ‘permanencia voluntaria’.
En aquel tiempo era muy conveniente preparar un refrigerio y disponerse a ver dos, quizá tres películas que se repetían hasta que acababa la matinée. Supongo que asistí a una de esas matinée, entré en una sala de cine cuando ya había empezado la proyección. La pregunta es : ¿ asistiría al final con la curiosidad de conocer el principio ?
Pienso que la vida es algo como eso. Así es la vida : entrar cuando ya ha todo comenzado y de todos modos quedarte a ver el final de la película, aunque no hayas visto el principio, lo vas entendiendo todo según pasa el tiempo.
Quizá cuando la exhibición se repita nos deleitaremos hallando la clave de lo que ya conocemos, como si las decisiones de la vida ya estuvieran tomadas y sólo restara comprenderlas para que estas se amalgamen por completo con nuestra existencia y comience a emanar de ellas toda la riqueza que la vida nos ofrece.
Tal es la tensión sobre el mundo que no podemos detenernos sobre el camino de la vida y establecernos como si estuviéramos en un mirador, decidiendo hacia dónde nos dirigirnos, para después iniciar la marcha hacia ese sitio.
Cuando entramos en ella —la vida— la gran comedia ha comenzado. Sumidos en lo cotidiano, asistimos al desarrollo de escenas que no comprendemos y que muchas veces creemos que porque no las presenciamos no nos han determinado de alguna forma o simplemente no existieron.
Todo este entramado nos forja la ilusión de que somos no ya simples comparsas, sino referentes centrales, figuras necesarias en cuyo rededor se mueve el mundo, el universo y el cosmos.
Acaso no hallaremos el misterio clave de la vida sino hasta después de conocer la escena final, que será cuando en realidad nos aproximemos al principio y todo comience a cobrar sentido.
Todo este entramado nos forja la ilusión de que somos no ya simples comparsas, sino referentes centrales, figuras necesarias en cuyo rededor se mueve el mundo, el universo y el cosmos.
Acaso no hallaremos el misterio clave de la vida sino hasta después de conocer la escena final, que será cuando en realidad nos aproximemos al principio y todo comience a cobrar sentido.
En estos términos iba divagando acerca de las únicas dos cosas que platiqué antes de ausentarme de la escuela para hacer un viaje a Irapuato, mi imaginación por la carretera de pensamientos, sonó el celular, me dirigía de regreso a la Ciudad de México.
Era una maravillosa tarde de octubre, en el horizonte se alcanzaba a divisar el ocaso su color sangrante como campo de amapolas. A su alrededor había unos campos rubios y trémulos, quizá de cebada. Mientras me dirigía a la ciudad, recordé las únicas dos cosas importantes que hablé con Jesús, y de la invitación que le había hecho a tomar un té y conocer sobre su opinión de la vida.
Los suburbios de la metrópoli —monstruo hecho de estrellas—. Doy vuelta en una esquina: el neumático se vacía de golpe : percance ; disgusto —desciendo del auto malhumorado— camino cinco calles : hallo un mecánico: traje grasiento, mueve la cabeza en negativa.
La llanta casi nueva tenía un tajo profundo como si hubiera sido herida a propósito. El mecánico le dijo que pudo haber sido un clavo o una botella rota o algo por el estilo pero no lo creí posible. “¿ Porqué habría de estar rota justo cuando pasó mi coche ? ”, me pregunté. Un dejo de patetismo rodeó aquel pensamiento y desde ese momento dejé de tener total confianza en la casualidad.
Hasta ese momento creí que centenares nos refugiamos en lo fortuito por considerarlo una puerta fácil para huir de las incógnitas cotidianas.
El mecánico me explicó que emplearía no menos de veinte minutos para cambiar la llanta mientras resignado me senté en la acera. No creí que me estuviera pasando, en momentos como ese me pareció que faltaba sólo una nube negra que me persiguiera a todas partes para enmarcar la tragedia.
El mecánico me explicó que emplearía no menos de veinte minutos para cambiar la llanta mientras resignado me senté en la acera. No creí que me estuviera pasando, en momentos como ese me pareció que faltaba sólo una nube negra que me persiguiera a todas partes para enmarcar la tragedia.
Cuando algo nos sucede dentro de la marea de la vida, dentro del acaecer cotidiano y su explicación no sale sonriendo a nuestro encuentro, en lugar de ir en la búsqueda de sus posibles determinaciones que indefectiblemente existen en el trasfondo de todas las cosas, como cimiento indispensable del sorprendente edificio de los hechos, acomodaticiamente nos agachamos y nos remitimos a la casualidad.
Por ello, cuando se me ponchó la llanta creí que las leyes naturales no admiten excepciones; el sol nunca sale por el occidente ni siquiera por excepción —aunque muchos hayan soñado con ello—. Si el universo actuara por capricho ya se hubiera colapsado, debido a sucesivas catástrofes. Asimismo la ley de la excepción no podría tener su excepción para las ‘eventualidades’ que le suceden al ser humano. Eso que algunos especialistas han dado en llamar: ‘lo fenoménico’ para distinguirlo de ‘lo fenomenológico’ a lo que refiere Husserl.
Sentado en la acera, sumido en las calles desoladas e indiferentes, recordé la conversación con Jesús acerca de lo que nombramos ‘la metáfora del pasillo’. Jesús comentó que, según su perspectiva de la vida, se pueden distinguir tres diferentes definiciones de personas.
—Supongamos un pasillo, como el pasillo central de la Facultad de Filosofía y Letras en CU, y que transcurre en él un número considerable de personas entre alumnos y maestros convirtiéndolo en un caos —como es habitual—.
Ahora supongamos que nos encontramos al inicio del pasillo, en la entrada principal del edificio y queremos llegar hasta el salón del fondo sin tocar a nadie, si es posible, o al menos que su presencia no dificulte nuestra trayectoria significativamente, para no tener que detenernos, rodear o esperar detrás de alguien para poder pasar.
” En fin, no hablo de los tumultos, de ‘esos tumores que les brotan a las multitudes’—bromeó con Gómez de la Serna o en revistas de adolescentes—; sino de los pasillos llenos de gente y de las filas, de las calles, del transporte, de la escuela, del trabajo, de todo.
Sin contar aquellas personas que
1) se detienen, o aquellas otras que están atenidas al transcurrir de los demás;
2) aquellas a las cuales el tránsito de otro influye significativamente en su propio caminar, o,
3) finalmente los detiene, o los obligan a reformular su trayectoria o finalmente constriñe por completo sus decisiones.
Hablo de esas situaciones que pueden llegar a desesperarnos, frustrarnos e incluso encolerizarnos, según sea el caso y la circunstancia.
Sin contar aquellas personas que
1) se detienen, o aquellas otras que están atenidas al transcurrir de los demás;
2) aquellas a las cuales el tránsito de otro influye significativamente en su propio caminar, o,
3) finalmente los detiene, o los obligan a reformular su trayectoria o finalmente constriñe por completo sus decisiones.
Hablo de esas situaciones que pueden llegar a desesperarnos, frustrarnos e incluso encolerizarnos, según sea el caso y la circunstancia.
” Sin embargo, las personas a las cuales me refería con esta suerte de escala no son sólo esas —esas son las más comunes acusaba— existe un sinfín de probabilidades, no podríamos enumerarlas todas. ”
Las describió para intentar expresar su sentido de la vida a pesar de todo no estaba totalmente seguro de que la vida fuera insuficiente como él creía.
“ —A) La primera persona, no transcurriría la con naturalidad, quizá ni transcurriría siquiera y, al contrario, esperaría otro momento y tal vez lo haría mientras hacen otra cosa —comenzó su descripción con un gesto de reflexión aprendido de las películas mexicanas—. Es parecida a esa otra que no se introduce al mar por miedo a ser arrastrada por las olas, y sólo se conforma con ver el océano desde la arena : prefiriendo la integridad personal por sobre la experiencia y la sensación, ya no la vivencia;
” B) O como la segunda persona, que es aquella que, por una especie de orgullo lerdo o una especie de absurda dignidad, o quizá, por esa convicción totalmente comprensible, aunque reaccionaria, de seguir una trayectoria predeterminada, no importando que todos tengan que moverse a su paso —y el tiempo que se demoren en hacerlo—, caminan sin el mayor disturbio, aparentando la menor dificultad e intentando que su trayecto parezca fluido, sin llegar a serlo nunca, por carencia de naturalidad. Las personas que pertenecen a esta tipificación (refiriéndose a Max Weber), son muy parecidas a aquellas que están convencidas de la eficiencia de nadar pese a las olas, y que insisten en nadar en sentido contrario, ya sea para avanzar o permanecer en un sitio sin un motivo enteramente razonable.
" C) Tampoco creo que sea como la tercera denominación —acusó inesperadamente me puso a pensar— pues éstas transcurren, según yo, acelerándose y desacelerándose, rebasando y/o esperando a los demás transeúntes, quizá imponiéndoseles o, en el extremo, quizá hasta pidiéndoles permiso para pasar, o perdón, por haberlos sometido al propio trayecto, o por algún roce involuntario; porque considero que es tan arriesgado como meterse al mar sin saber nadar pues la acción es más parecida a dar patadas de ahogado — aunque realmente él es de esas personas que encuentran plena satisfacción cuando evaden sus propios límites, que se sienten el Rey David, con la vida misma como su Goliat—. Normalmente va acompañado de un intento por ocultar nuestra condición de desamparo, o nuestro infortunio, pues se mantiene la certeza de que podemos sortear tal calamidad. Muchas de estas convicciones culminan con la muerte o el extravío, o por lo menos bien terminan con un buen susto, que puede ser capaz de apartarnos del mar por un tiempo, o bien logra depositarnos un miedo palpable y un mal sabor de boca.”
No obstante, la vida no es solamente la predeterminación de un sentido, o el establecimiento de una trayectoria, única e inmodificable ; ni tampoco es verse limitado ante los movimientos de los demás, ni mucho menos conformarse y postergarlo o simplemente dejarse llevar por las olas, evadirlo, o dirigirse hacia delante sin chispar.
Lo que Jesús Nieto quizá ignoraba, es que él tomaba la vida para cerciorarse de las pequeñas fluctuaciones en los movimientos de todas las personas que caminan por el pasillo. La percepción de sus trayectorias —pues no podemos negar que las trayectorias son inesperadas y singulares— permite ir amoldando nuestro camino. No se trata de caminar o ser ágil para moverse con cualquier titubeo de alguien, es decir, estar al pendiente de todo, como felino, esperando a saltar si alguien se interpone a nuestro paso, o simplemente rodearlo velozmente por su costado; sino, la vida según la ve Jesús, es algo parecido a tener la capacidad de integrar a todas las trayectorias del pasillo en la propia, con la finalidad, de poder modificar o encaminar las voluntades sin modificar del todo la nuestra, pero sin retroceder o verse constreñido. Lograr que el tránsito pueda irse amoldando al camino propio, pretendiendo que el cambio sea lo más imperceptiblemente posible pero, sin ser inmodificable o riguroso en ningún sentido: es parecido a sortear las olas en el mar.
Sin intentar mantenerse afincado en la arena, o nadar a contracorriente en el mar: la vida es esperar el momento necesario para eludir la ola: cualquier otro intento sería igual de inútil, si nuestro interés está en persistir y anclarse un sitio o avanzar. La vida es esa capacidad de actuar en el momento necesario con el esfuerzo preciso, como en la gimnasia, utilizando el impulso necesario.
En el mar esta sensación se efectúa por medio de un leve salto, con cierta inclinación en sentido contrario al de la ola, como una especie de embestida, soportando como un rompeolas, o el jugador defensivo del fútbol americano. Aunque hay algunos que prefieren no saltar y al contrario, aguantan la respiración, mientras la ola los cubre y traspasa, mientras esperan que ésta pase.
Hubo comentó Jesús, ya no por su agudeza espiritual sino por lo espontáneo y natural de la respuesta, lo que para la mayoría de la gente (ansiosa y neurótica) es incomprensible y hasta insultante; pues mientras él me detallaba con fruición que la vida es como esa especie de intuición, la chica que en ese tiempo le gustaba que estaba también cerca y alcanzó a escuchar lo que Jesús decía, simplemente con una acotación le abrió todo un universo diciendo:
—No, yo creo que, el eso de sortear un obstáculo, rebasar o esquivar a una persona, para nada es como la vida: ese momento único viene después; después de sortear, rebasar o evadir un inconveniente, una vicisitud, o transcurrir por un suceso. Él aún no sabe qué decir, pues e dio cuenta que en el universo existen personas que simplemente lo ven de todo diferente modo.
Video :
https://youtu.be/LuqVPfFm9zE
Puedes ver desde el minuto 8:00 , el pas de deux , y después las variaciones que son realmente memorables .
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